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Un Gran Monte

LOS BUENOS Y LOS MALOS

LOS BUENOS Y LOS MALOS.

A 01 de noviembre de 2015.

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Mi memoria hace ya muchos años que se ha venido a menos, pero desde que el acoso y persecución contra mi salud y vida, ya a nivel inconsciente por parte de la maldad que todo lo conforma y que de forma natural vive en todo y en todos, comenzaron a presionar; mis sentidos, conciencia, y noción de la realidad propia y sobre mi entorno, medio ambiente, ecosistema natural y prójimos, empezaron a cambiar de rumbo, a modificarse, a aislarse, y al mismo tiempo a auto protegerse automáticamente. Como es natural y debido a mi falta de experiencia en las nuevas circunstancias, y graves dificultades, que no esperaba y menos entendía, por más que quisiese comprenderlas. Pero mucho menos comprendía y mucho menos daba importancia, a aquella especie de halo misterioso que parecía que en el último caso,  en el último momento, parecía aislarme de las terminales fatalidades. Recuerdo ya luego en mi vida profesional, como, por defender los derechos humanos, la salud, integridad, y la dignidad, de los marineros que tenía a mi cargo, como, surgían numerosos rencores, odios y hasta peleas. Pero esto no fue todo. ¡No fue lo peor! Sino que, en una ocasión, el otro patrón amparado por el jefe de máquinas, y la pequeña mafia que tenían instalada en aquel buque, por plasmar y relatar yo, los hechos que habían acontecido y tal como habían acontecido, antes del amanecer de la última madrugada, para la llegada a puerto, se presentaron todavía estando en alta mar, en el puente de mando, muy agresivamente, y con la amenaza muy seria, de que me arrojarían a la mar. Y, yo muy conocedor del verdadero estado emocional y sentimental, de aquellos hombres y de lo que realmente sentían, sabía que aquello era cierto y de que lo llevarían a cabo sin ningún tipo de escrúpulos ni remordimientos, si no accedía, a que relatara un informe firmado de mi propia mano, de que, todo lo que hacía constar en el Diario de Navegación, era mentira. Y, como era lógico y natural, y como conocía ya muy bien a aquellos elementos humanos, sabía que si no lo hacía, cumplirían con satisfacción, gusto y morboso placer, sus amenazas, apoyados y respaldados, por todos los rencores, odios y maldad, que en aquella marea (Plazo de tiempo en alta mar, hasta que se llega de nuevo a puerto, para descargar la pesca), habían ido acumulando en sus cuerpos y con toda la rabia que cabía en su ser, y cabía en sus espaciosas almas. Por tal motivo lo hice. Por tales circunstancias, si quería salvar mi vida lo hice. ¡Sin saber, si después de realizar lo que me pedían, cumplirían su palabra, de no arrojarme por la borda en alta mar!, en aquellas aguas, donde abundaban diferentes especies de tiburones, y alguna (tiburón blanco) como ya habíamos pescado con un gran anzuelo hecho en el buque y forrado de alambre. Al recordar esta experiencia del tiburón que habíamos pescado, viene a mi triturada mente, una de las visiones de mí preferida película de cine, “LA TORMENTA PERFECTA”, en donde en una de las tareas de pesca subieron a bordo un tiburón, que mordió la pierna de un marinero. Pues aquel tiburón que habíamos pescado nosotros, por suerte y porque extremamos las precauciones, y la mar estaba relativamente en calma, salvo el mar de fondo, que siempre existe en alta mar, no mordió a nadie. Pero mordía todo lo que con su boca alcanzaba a tropezarse, hasta dejar unas brillantes marcas en el acero de una de las partes del buque. Es impresionante la fuerza y con la violencia, conque clavan sus dientes estos ejemplares. Lo hacen con toda la intención, de como si todo lo que entrara en su boca, fuese una blanda mantequilla, a la que hay que seccionar con un feroz golpe.

Bueno, retomando lo que venía relatando, tengo que reconocer, que después de hacer un documento firmado, en el cual, me desdecía y aclaraba que había mentido, no cumplieron sus amenazas de arrojarme por la borda. Y, aquí es donde también entra, lo que anteriormente explicaba, de que, en último término, siempre había algo que me protegía de una fatal desgracia. ¿Por qué aseguro, que era un fatal acontecimiento? ¡Porque aquellos hombres, sabían perfectamente que estaba padeciendo una grave depresión en segundo grado, porque yo se lo había comentado al principio de mi embarque al otro patrón, para que no se alarmara por estar tomando tantos medicamentos. Y, esto suponía una maravillosa excusa, coartada y prueba, de que si desaparecía en alta mar, sería muy fácil y sencillo, resumirlo y resolverlo, en un, y como un vulgar y acostumbrado, suicidio, debido a que, las circunstancias de mis padecimientos oficiales, y, que había dictaminado uno de los mejores y experimentado siquiatras de Galicia, que residía en la capital de la misma, en la famosa ciudad de Santiago de Compostela. Y que, con tales informes que presenté ante mi médico de cabecera, este me dio la correspondiente baja laboral. También tengo que decir que, debido a tal terrible experiencia sufrida y relatada antes con mis supuestos compañeros del buque, mi estado depresivo, emocional, sentimental y mental, empeoró drásticamente, de tal manera que, estos mismos personajes que la protagonizaron, fueron los que dieron aviso y llamado, a urgencias médicas, para que viniese una ambulancia a recogerme al buque, ya atracado en el muelle del puerto, y hospitalizarme, en un centro siquiátrico. Y tal así sucedió y aconteció, que estuve ingresado en una clínica en Las Palmas de Gran Canaria, y donde permanecí fuertemente medicado y por las noches anestesiado, para que estuviese dormido y descansase. Aunque esto lo hacían con tal fin. No porque en ningún momento, fuese mi comportamiento agresivo o violento. ¿Y, cómo es que teniendo una grave depresión y la correspondiente baja laboral, me embarqué de nuevo y me hice a la mar? Bueno esto no es fácil de resumir, pero lo intentaré en el siguiente párrafo, o punto y aparte.

Después de casarme por primera vez y disfrutar de una corta luna de miel, me embarqué de patrón en un buque de pesca, y tuve la suerte de que el otro patrón de pesca, era joven (tan solo unos siete u ocho años mayor que yo), y nos entendíamos muy bien y muy bien nos llevábamos. Yo me sentía anormalmente muy a gusto y feliz, en aquél buque, y sobre todo, con mi compañero de mando. Bueno, por primera vez y después de mi luna de miel con mi reciente esposa, en aquel buque, para sorpresa mía, me sentía como en otra luna de miel, ¡pero laboral! Pues en el oficio de la pesca, generalmente tanto los marineros como los patrones, cuando se está embarcado, tenemos la confirmada fama, de ser toscos, malhumorados, amargados, ariscos, resentidos, etc. Bueno, resumiéndolo, como si se estuviese en una cárcel. Ya que los buques de pesca de altura, en mis tiempos, cuando se salía a la mar, se hacía por término medio por un tiempo de seis meses, en los cuales se tocaban puertos lejanos a nuestros lugares de residencia, en plazos o mareas, de aproximadamente dos meses. Y, en estos plazos o mareas, de los aproximados dos meses, a menos que surgiese una grave causa, accidente o por avería, no se regresaba a puerto. Permaneciendo en la mayoría de estas mareas (dos meses), casi siempre sin siquiera avistar tierra. Y comprenderéis ahora como resulta la convivencia de un grupo de hombres, encerrados aunque sea voluntariamente, en un barco en alta mar, y con toda clase de experiencias y circunstancias, emocionales, sentimentales, laborales, etc., que tienen lugar en tales condiciones., por muy racionales y cordiales, que parezcamos, cuando ponemos de nuevo el pie en tierra firme.

Pues como decía anteriormente, a pesar de todos estos acontecimientos que acabo de relatar, yo nunca me sentí tan bien y a gusto, porque al menos mi compañero más próximo y de mando, se portaba como un verdadero compañero conmigo y por supuesto yo le correspondía. Aunque yo amistosamente y dentro de la fraternal confianza que teníamos, le recriminase en algunas ocasiones, que no interviniese un poco más a favor de los marineros, que sufrían algunas vejaciones y abuso de poder, por parte del jefe de máquinas. Ya que era mi compañero patrón, quien ejercía de capitán del buque. Y, este dándome a entender que con, el jefe de máquinas que era perro viejo y amigo del armador (dueño de la empresa), no quería tener problemas. Bueno, cuando llegamos a puerto al término de aquella marea, y, después de haber salido a tierra a “distraernos (según las costumbres ordinarias de casi todos los marineros)”, y tomar una copas, yo llegué un poco contento (“alegre”) al buque, y, después de haber estado un cierto tiempo charlando con mi compañero de mando, le volví a recriminar algunas cosas, por lo que este, con razón, se enfadó mucho y me increpó, y me dijo que fuésemos a la Comandancia de Marina del puerto, para que fuese yo, quien despachase (inscribiese) como el capitán de nuestra embarcación. Y así lo hicimos.

Cuando partimos de nuevo para la mar, yo advertí al jefe de máquinas que dejase en paz a los marineros, y que procurásemos llevarnos todos bien, para que con cierto orden y una adecuada armonía, pudiésemos todos convivir, y, llevar todos nosotros, el trabajo, de una manera más sencilla, fácil y más cómoda. El jefe de máquinas acostumbrado a hacer lo que le venía en gana, respondía con disculpas, con mala educación y desprecio, y, con que había que disciplinar a su manera a los mal acostumbrados marineros. Bueno, discurría el tiempo, y los problemas en vez de ir a menos, el jefe de máquinas para demostrarme quien realmente mandaba y hacía lo que le venía en gana, porque era un fiel servidor y amigo, del armador (empresario),  y que tan solo velaba por sus interés económicos, lo tomó como un reto personal, y, todavía exageró mucho más su comportamiento antisocial. Por lo que le avisé varias veces. Pero este lejos de entrar en razón, hizo todo lo contrarió. Hasta que ocurrió lo inevitable. Porque tuvo el jefe de máquinas la mala suerte o más bien el descaro, de hacer una de las suyas, estando yo de guardia en el puente de mando, porque, si llegase a estar mi compañero de guardia, nada hubiese ocurrido, porque este pasaba de tales problemas. Pero ocurrió que estando yo de guardia, y después de laborar un lance (tarea completa de trabajo, donde se echan (largan) las redes y luego al cabo de una horas se recogen (viran) y se labora (escoge, selecciona, prepara y congela el pescado), me llegó al puente un marinero desnudo y lleno de espuma de jabón hasta los ojos, protestando y quejándose, de que el jefe de máquinas le había cerrado el suministro de agua que surtía las duchas. Y, esta fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia. Le dije al marinero que volviese a las duchas, que muy pronto tendría agua para proseguir con su ducha. A continuación mandé recado al jefe de máquinas para que inmediatamente se presentase en el puente. Cuando así lo hizo, muy serio le advertí que iba a hacer constar en el Diario de Navegación, esta y otras circunstancias acaecidas, y que le iba a denunciar en la Comandancia de Marina del puerto, a nuestro regreso, si inmediatamente no abría y daba paso, al agua de las duchas. Y, que no volviese a ocurrir ninguna otra circunstancia semejante ni parecida, con los marineros. ¡Qué los dejase en paz, ni volviese a molestarlos, y que no tomase ninguna otra decisión al respecto, sin mi permiso! La amenaza surtió efecto, porque vio que yo hablaba muy en serio. Aunque no sin que él me amenazase con que iba a perder mi puesto de trabajo. Ni que decir tiene, como fueron luego nuestras relaciones personales, y aunque con mi compañero de mando seguía llevándome bien, la convivencia para mí, en aquel buque se había vuelto amarga. Pero la verdad, es que nunca, supe estarme callado, ni quieto, ante ninguna clase de injusticia, porque esta era mi natural forma de ser, y la natural personalidad con que había nacido. Y, la verdad, es que también arrastraba ya una depresión, que aunque no era grave, y la sabía discretamente conllevar, se agravó todavía un poco más. Pero nada que no pudiese superar, porque era todavía joven y yo siempre fui fuerte, para sobrellevar calladamente todas mis circunstancias y experiencias, con que la vida me golpeaba. Pero cuando terminó la campaña (meses de navegación y pesca, y cada cual regresa generalmente en avión a su casa), me esperaban más sorpresas con las cuales no contaba, y ni siquiera, imaginaba. Pero esto, ya tiene que formar parte, de otro punto y aparte. Y, siento mucho no poder resumir mas, lo que os digo, pero es que si no, no se comprendería ni siquiera un poco, la realidad de algunas de mis experiencias.

Cuando llegué a mi casa, que entonces era la casa de mis suegros, pasaba de la una de la madrugada, y mi primera esposa dormía profundamente, y por no hacer ruido me duché con agua fría en pleno invierno. Pero cuando se es todavía joven y se está profundamente enamorado y las hormonas bullen placenteramente nerviosas, por meterse bajo las mantas, enternecidas por la imaginación de una ensoñadora imagen, de una hermosa joven, como era mi esposa, el frio era insensible para mi piel, que despreciando al frío, se animaba acariciada por mi calenturienta e  interesada, pasión ensoñadora. Por supuesto no voy a seguir contando lo fogoso que solía ser entonces y todo lo ocurrido aquella noche y por la mañana temprano, etc. Eso ya no tiene mérito para vosotros, por mucha curiosidad que tengáis. Ni ahora tiene ya mérito para mí.

Pasaron los primeros días, hasta que me di cuenta, que mi esposa tenía una actitud diferente a como la conocía, después de comprender esta, que estaba padeciendo una depresión nerviosa. Y, entre ella y su madre, me convencieron, para que fuese a la consulta de un famoso siquiatra en Pontevedra, que llevaba y atendía, desde hace muchos años una larga enfermedad que la madre de mi mujer padecía. Por lo que consentí y pidieron cita. Cuando llegó el tal día concertado para la consulta, mi esposa y yo, nos presentamos a la hora prevista y la consulta tuvo lugar. Cuando dicho examen terminó por parte del profesional y en presencia de mi mujer, el tal  famoso y supuesto profesional médico, nos comunicó en tono muy serio, despectivo y retador, que, lo que yo padecía no tenía cura, y que además yo era un sicópata violento, agresivo y peligroso. Yo al principio me quedé helado, ya que no comprendía a que venía aquella actitud, aunque eso que decía pudiese ser cierto. Porque esa no es la manera normal y que se espera de un profesional, de comunicar ningún diagnostico a un paciente, y, menos delante de su joven y bella esposa. Porque era como si de verdad estuviese muy enamorado de ella y muy celoso. Cierto era que, mi esposa siempre que su madre acudía a este “señor”, si es que así se le podía llamar, esta, siempre la acompañaba a las consultas, y era muy evidente que hace tiempo que se conocían. Pero como es muy natural, yo no tenía motivos ni sospechas de nada. Pero lo que sí os digo, es que, yo de joven era muy valiente e impetuoso, y no solía amedrentarme fácilmente por difíciles que fueran las cosas. Más a pesar de que yo había asistido a aquella consulta médica, muy tranquilo y pacíficamente, y en ningún momento hice nada que incomodara a nadie, al oír aquellas barbaridades, de aquel supuesto profesional, y sobre todo el tono y la forma en que lo espetó, delante de mi mujer, di un violento salto derribando el sillón, y le  eché mano, para, con toda la intención de mi ser humillado injustamente, aplastarle la cabeza, por muy grande que fuese este señor y por muy grande que tuviese la cabeza. Pero solo agarré el asiento, Porque mirando a mi mujer asustada, reaccioné y, más que nada por amor hacia ella, no llevé a cabo tal acción. En aquél momento lleno de ira y de furia, me despedí de aquel siquiatra, y no formalmente, ni ordinariamente, ni cordialmente. Y, sin que mi conciencia atinara a comprender que es lo que estaba pasando, cogí de la mano a mi mujer y me fui, no sin antes, decirle desde, quien le había dado su título, etc., hasta que por supuesto no le iba a pagar aquella consulta. Que más que una consulta, fue un insulto y un agravio, muy poco profesional.

Os digo estas cosas, porque aunque fuese cierto y acertase con el diagnostico, así no se comunica a ningún paciente y menos en presencia de su amor más preciado, querido y ensoñador, con el cual, yo pensaba que había formado un hogar ideal para toda mi vida, ningún diagnostico de ningún profesional, por poco, que este profesional  lo sea. Lo que había hecho este supuesto profesional, tenía un fondo mucho más cruel del que ahora se pueda tomar conciencia. Porque esto, estaba todavía muchísimo más agravado, porque, me estaba sucediendo, en aquellos tiempos en que se pusieron de moda en muchas famosas y no tan famosas, películas de cine, los sicópatas. Porque tanto como yo, como la inmensa mayoría de los ciudadanos, no conocíamos, ni sabíamos lo que era un sicópata, hasta que se pusieron de moda estas películas de cine. Donde dichos personajes perseguían, torturaban, o asesinaban cruelmente a sus víctimas, y nos aterrorizaban en nuestros cines. ¿Comprendéis ahora el por qué, de mi reacción brutal e inesperada ira?

Puedo aseguraros, que yo no me creí tal versión médica. Ni siquiera podía ser real en la lejanía, porque más que nada, era una persona  muy cordial y pacífico, a menos, que se metiesen conmigo o con mi  familia o amigos de forma totalmente abusadora e injusta. Pero esto no es ningún síntoma de locura, sino lo que la mayoría haría por defender, lo que correspondía, siempre que el valor y el coraje, lo acompañasen a uno. Y, yo entonces los tenía. Cosas, virtudes o capacidades, que se me fueron perdiendo por el camino, a  medida que la vida me sometía a más y más presión, que me resultaba increíble e inexplicable. Pero esto debía formar parte de un plan divino, que yo estaba lejos de comprender y mucho menos de aceptar por aquel entonces. Ya que yo era un tipo vulgar y corriente y así me consideraba. Y aunque siempre fui profundamente místico, no era para nada religioso, ni cumplía con la religión, salvo excepciones y fiestas. Y, referente a como era, tengo que reconocer que mientras fui marino, me comporté como tal suelen hacer la mayoría de los marinos, cuando llegan a puerto, salvo alguna excepción, que siempre puede haberlas. Y, tengo que reconocer que cuando andaba embarcado y llegaba a puerto extranjero, o  lejos de mi hogar, nunca le he sido fiel a ninguna de las dos esposas que tuve. Y, tan pronto poníamos el pie en tierra firme, hacia como todo el mundo. Corríamos como si el diablo nos llevase, nunca mejor dicho, a beber, entonarnos, alegrarnos, emborrarnos y, a putas. Es lo que había. Era la realidad, de unos grupos de hombres, que después de estar encerrados en buques de pesca, y que generalmente suelen ser buques pequeños, porque no son, como la mayoría de los buques mercantes,. Y, tras aproximadamente dos meses en alta mar, y, nuestros cuerpos siempre en dura tensión de hormonas, y, nuestras cabezas a punto de reventar por todo tipo de conflictos, problemas de convivencia, emociones y sentimientos, que saturaban en tal manera nuestros cuerpos, hasta salir por nuestras manos, pies, oídos, ojos y hasta por los pelos del cogote, de manera que, la terapia y el remedio, más fácil, lo más sencillo, y, quizás lo más recomendable, era reventar estos volcanes de lava hiriente, con la bebida y las putas. Y así desahogarnos, para volver a la mar, a pasar otros dos meses sin pisar tierra, y, cargar cada cual, con su mochila invisible. Que aunque volvía vacía de nuevo a la mar, no tardaría en llenarse, aunque no lo quisiéramos, durante otros dos meses de mar. Mochila invisible, que todos cargábamos, pero que nadie se atrevía a reconocer y mucho menos a aceptar, y todavía menos a tan siquiera querer comprender. Porque los trabajadores, no estamos para comprender y entender, ¡sino para trabajar!, y, cada cual en su labor. Pero os aseguro que no existe profesión más dura, que la de los marinos de pesca de altura. Porque los demás, marinos mercantes generalmente cada pocos días, van de puerto en puerto, y, los marineros de bajura cada dos o tres días, o todos los días arriban a sus puertos y se van a casa; y, mineros, etc., regresan al término de sus jornadas, a las calles, a los bares, o a sus hogares, etc., desconectando de sus puestos de trabajo, compañeros, jefes, encargados, etc., Pero nosotros, seguíamos en nuestros pequeños buques, con nuestros compañeros, día a día, noche tras noche, en las tareas, en los comedores, etc., y, los marineros, hasta en sus camarotes, que en la mayoría de los buques de pesca antiguos, solían ser de más de cuatro plazas o apretujadas literas. Bueno, paro de contar. Que vuestros sentidos, sigan pensando o imaginando, si es que lo desean. Tengo que decir que, aunque al principio empecé a trabajar en mi oficio (y no como ofidio), como marinero haciendo días de mar (experiencia requerida antes de ejercer cualquier titulo marinero), conocía muy bien el mundo en que me movía y toda su problemática. Aunque luego cuando ejercí como patrón, era ya un privilegiado, comparado con los restantes marineros, porque teníamos camarotes propios y comedor aparte, y sobre todo el mando del buque, etc. Y, puedo aseguraros, que me gustaba mi oficio, de ser patrón de un buque de pesca. Y, a pesar de las duras circunstancias y dura vida en la mar, echo de menos la mar y mi personalidad como patrón. Porque en tierra firme no me siento nada y desde entonces, ando perdido extraviado por todas partes, a pesar de tantos y tantos carteles indicativos. Mientras que en altamar, sin ninguna señal de tráfico, ni carteles, ni nada que manchase la vista que llega a nuestras almas, nunca me encontraba perdido, ni extraviado, siempre sabía dónde estaba, y siempre estaba conmigo, porque siempre, sabía encontrarme.

Cristo Maestro Andar.

NOTA:  …CONTINUA EN LA 2ª. PARTE.

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